Por Israel Reyes
Ayer, Donald Trump juró, una vez más, defender la Constitución de Estados Unidos, esa misma que hace cuatro años quedó en entredicho cuando sus seguidores asaltaron el Capitolio para intentar detener la transición de poder. El espectáculo de su regreso fue tan extravagante como polémico, lleno de promesas radicales y gestos que gritan poder absoluto.
Entre sus primeros anuncios estuvo la declaración de emergencia nacional en la frontera con México, deportaciones masivas, el fin de las políticas ambientales y el renombramiento del Golfo de México como “Golfo de América”. Pero eso no fue todo: presumió su “presidencia adelantada”, jactándose de haber mediado en treguas internacionales y de reabrir TikTok tras una supuesta negociación. Más que un discurso inaugural, parecía una checklist para mostrar quién manda.
Trump no solo controla el Ejecutivo y el Legislativo, sino que ha logrado moldear el Partido Republicano a su antojo y esquivar investigaciones legales durante años. Su poder trasciende lo político: Elon Musk, el magnate más rico del planeta, ahora es pieza clave en su gobierno. Musk y otros titanes tecnológicos estuvieron presentes en la ceremonia, como un recordatorio del peligro que Biden advirtió antes de dejar el poder: la consolidación de una oligarquía donde el dinero, el poder y la influencia se concentran en pocas manos.
La cereza del pastel fue el lanzamiento de una criptomoneda con su nombre, que en días ya valía miles de millones. ¿Un símbolo de innovación o una muestra descarada de cómo Trump difumina las líneas entre sus intereses privados y los de su país?
El discurso inaugural tampoco decepcionó, al menos no para quienes esperaban las clásicas exageraciones y tergiversaciones. Trump se presentó como el salvador de una nación supuestamente en ruinas, proclamando el inicio de una “edad de oro”. Sin embargo, no hubo palabras de reconocimiento ni cortesía hacia los líderes demócratas ni hacia quienes lo precedieron. Al contrario, los atacó como si él estuviera refundando Estados Unidos desde las cenizas de un apocalipsis.

Frente a esta retórica y su promesa de “venganza política”, Joe Biden optó por un acto de reconciliación al amnistiar a figuras clave que Trump había atacado durante su primer mandato. Pero esta jugada no es suficiente para calmar los temores, dentro y fuera de Estados Unidos. Los aliados democráticos, especialmente en Europa, están en alerta máxima ante una agenda que promete ser hostil no solo en lo comercial y geopolítico, sino también contra los principios básicos del contrapeso de poderes.
El regreso de Trump pone sobre la mesa una pregunta urgente: ¿cómo enfrenta una democracia a un líder que parece dispuesto a doblegarla desde dentro?
La democracia no se defiende sola; a veces, hay que pelear por ella.