Parece que el tablero está listo: Morena acaba de colocar sus nueve fichas en la Suprema Corte. Hugo Aguilar, el abogado mixteco que pasó de ser un nombre casi anónimo a convertirse en el más votado, será el próximo presidente del máximo tribunal. Junto a él, Lenia Batres, Yasmín Esquivel y el resto de la lista oficialista completan un escenario que, para muchos, era previsible. La pregunta ahora no es si esto era esperado, sino qué significa para la democracia mexicana.
El gobierno de la Cuarta Transformación ha insistido hasta el cansancio que esta elección judicial es un triunfo de la participación ciudadana. Pero, entre el humo de la retórica, hay que preguntarse: ¿realmente fue el pueblo quien decidió, o fue Morena, con sus acordeones en mano, el que dirigió el voto? En una elección donde el 70% de los votantes no conocía a los candidatos, el partido en el poder repartió instrucciones claras: “Vote por estos nueve”. Y así pasó.
No es casualidad que todos los elegidos, salvo el académico Giovanni Figueroa, tengan un perfil cercano al oficialismo. Tampoco es coincidencia que el Comité de Evaluación —designado por el ejecutivo— filtrara desde el principio a los afines. Lo que tenemos, entonces, es una Corte hecha a la medida del proyecto político en turno. Y eso es válido dentro las reglas del juego. El problema es que el lado opositor prefirió no hacer nada más que justificar su negligencia. Pudiendo operar con la poca estructura que les queda en favor de conservar el poder judicial del pasado, decidió cruzarse de brazos anticipando su derrota y señalando ilegitimidad en el proceso. Como si la oposición actual tuviera el peso político o moral como para sentirse los únicos que pudieran brindar dicha legitimidad a la elección.
Morena dirá que esto es democracia pura, que el pueblo por fin elige a sus jueces. Pero democracia no es solo votar; es tener opciones reales, información clara, contrapesos. Y si tu estas del lado opositor, déjame decirte que los políticos que te representan decidieron no hacer absolutamente nada. Perderlo todo y partiendo de ese fracaso seguir convenciéndote de que son la mejor opción para gobernarte, para representarte.
Hugo Aguilar puede ser un jurista respetable, pero su elección no borra las dudas. Tampoco lo hace el discurso de la presidenta, que defiende su postura diciendo: “Si quisiéramos controlar la Corte, lo haríamos como Zedillo“. Pero, señora presidenta, aquí no se trata de cómo lo hicieron otros, sino de cómo lo están haciendo ustedes.
El verdadero juicio no será en los tribunales, sino en la historia. Veremos si esta Corte defiende los derechos de los más vulnerables —como lo promete Aguilar— o si, al final, solo legitima los deseos del poder. Por ahora, el mensaje es claro: en México, la justicia ya tiene color y es marrón.