“En México, la política es el arte de simular lealtades y sobrevivir a traiciones”

– Carlos Monsiváis

Adán Augusto López Hernández, un cuadro relevante y disciplinado del obradorismo, se ha convertido en lo que nunca quiso ser: un símbolo antagónico al ideal de transformación que tanto se pregona con la 4T. Su silencio prolongado frente al escándalo –que desató cuando su exsecretario de Seguridad en Tabasco se fugó con ficha roja de Interpol– no fue solo una falla de comunicación: fue una traición política. Una traición no a la legalidad solamente, sino al mismo proyecto que lo encumbró. Una traición a la presidenta.

La denuncia no es menor: Hernán Bermúdez Requena, alias “Comandante H”, es señalado como líder de “La Barredora”, una célula del Cártel Jalisco Nueva Generación que operaba desde la propia estructura policiaca del estado.

Lo extraordinario no es la presencia del crimen organizado en la política mexicana —hemos visto esa película muchas veces—, sino que Adán Augusto haya decidido alimentar esa narrativa ignorando alertas tempranas, incluso informes de inteligencia desde 2018 que ya apuntaban a los vínculos criminales de Bermúdez.

En un país donde la política se compone de pactos y silencios, el episodio tabasqueño exhibe algo peor que corrupción: revelación de una crisis moral profunda. El extinto mecanismo de paz narca, esa carta silenciosa para “calmar” la plaza con mano dura, pero ilegal, funcionó durante un tiempo. Pero cuando ese tipo de poder estalla, sólo deja cenizas: homicidios, quema de negocios, enfrentamientos que en 2024 elevaron la violencia a niveles que no se veían desde mucho antes.

Comparo esto con el caso de Edgar Veytia en Nayarit —funcionario que, como Bermúdez, operó un cártel dentro del Estado— y la violencia en aquel caso se disparó un 600 % tras su caída. Aquí, la comparación no es gratuita: ambos modelos operativos colapsan brutalmente cuando ese pacto interno se rompe.

Lo grave no es sólo que Adán Augusto nombrara a un personaje dudoso. Lo grave fue el bloqueo de cualquier intento de deslinde dentro de su propio partido, incluso frente a decisiones avaladas por Claudia Sheinbaum respecto a candidaturas en Tabasco. Al dejar de lado el resultado de la encuesta que favorecía a Javier May, prefirió sacrificar la estabilidad política por su lealtad personal, replicando fracturas políticas que en México históricamente llegan acompañadas de fracturas criminales.

¿Fue esto una traición a su partido o una maniobra personal? La respuesta parece clara: Adán Augusto prefirió enfrentar la derrota de su protegido antes que permitir que otro gobernara Tabasco, aún si eso significaba hundir el barco. Tabasco no era cualquier entidad: era el bastión simbólico del obradismo, su estado natal, donde la deslealtad pesa más que en cualquier otro teatro político.

El contraste es brutal: mientras las bases de Morena aspiran a una ética transformadora, el liderazgo —al menos en este episodio— ha confirmado que la disciplina no puede ni debe sustituir la ética. Corear “¡no estás solo!” ante una crisis de implicaciones criminales no es protección, es abrasión interna, es gritarle al fuego que no haga ruido para no despertar sospechas que ya encendieron hornos.

Más allá del drama político-internacional con los gringos y su justicia para con Mexico, lo que está en juego es la legitimidad. La presidenta Sheinbaum ha anunciado que no habrá impunidad y que la fiscalía actuará con autonomía. Pero si todo termina en una defensa simbólica sin consecuencias reales, el daño quedará inscrito en la memoria pública. Y México no olvida traiciones institucionalizadas por lealtades mal calibradas.

Este caso podría ser el fin de un paradigma: el del operador leal por encima del escrutinio. O solamente otro episodio que engorde el archivo institucional de prácticas clásicas. El reto para Morena y el país es claro: demostrar que no basta con gritar consignas bonitas, sino con aplicar justicia, tirar líneas claras y, sobre todo, deslindarse de ese tipo de poder cuando esté incrustado en sus entrañas.

¿La lealtad tiene vigencia? ¿Cuáles son los límites de la lealtad política?