Oppenheimer / por Serial - Nación Norteña

Opinión

Oppenheimer

por Staff


16 Aug, 2023

Permíteme comenzar diciendo que nunca he sido un admirador del arte barroco en ninguna de sus manifestaciones.

No me agradan los grandes retablos dorados que se encuentran en muchas iglesias, una disculpa por ello. Me abruma la cantidad excesiva de detalles que dificultan apreciar rápidamente el conjunto, lo cual es necesario para poder analizar y comprender una obra. En cualquier forma de arte, prefiero lo simple, lo sencillo. Aunque puedo maravillarme por muchas catedrales de mi querido México, pero por más imponentes que sean, me agobian, ya sean del norte o sur del país.

Esto lo digo porque en el cine me sucede algo muy similar. Prefiero las películas simples, directas, bien estructuradas, con una narrativa sólida, sin añadidos ni momentos innecesariamente prolongados. Las complejidades excesivas me resultan pesadas. Esto me predispone en contra de la obra de Christopher Nolan en general, ya que va en contra de mis principios estéticos más bien clásicos: claridad, sencillez y elegancia funcional. Soy un firme defensor de la línea de pensamiento directa. Quiero señalar, a modo de disculpa preliminar, desde qué perspectiva voy a juzgar Oppenheimer. Y ya es suficiente de introducciones, vamos al grano.

Nolan ha elegido ir en contra de lo que considero estéticamente preferible, optando por el camino de la dificultad por sí misma, de la complejidad retorcida y del virtuosismo barroco, nunca mejor dicho. Tiene todo el derecho de hacerlo, al igual que yo como espectador tengo el derecho de no entusiasmarme con ello. Así, al abordar una obra como Oppenheimer, este director no se conformó con narrarla de manera sencilla y directa, sino que, fiel a su estética, propuso una grandilocuente película de tres horas.

Al igual que en “Origen” nos deslumbró con juegos de espejos oníricos y sueños dentro de sueños, aquí no se conforma con presentar el juicio a las actividades políticas de Oppenheimer ante la Junta de Seguridad del Personal de la AEC, sino que añade otro juicio ante el Senado protagonizado por el entonces aspirante a secretario de Comercio, el político Lewis Strauss. Este segundo juicio se convierte en una especie de juicio a Strauss por su comportamiento hacia Oppenheimer, al denunciarlo al FBI y luego utilizar la información que el FBI tenía sobre el científico durante su propia audiencia.

El resultado, debido a la complejidad narrativa, ha desconcertado a medio mundo, por no decir a todo el mundo. El problema es que la totalidad de la segunda audiencia sobra y la considero un error narrativo. En primer lugar, ¿quién es Lewis Strauss, el político y físico aficionado al que interpreta Robert Downey Jr? Probablemente no lo conozcan, ¿verdad? Yo, a pesar de mis conocimientos en la materia, tampoco. Y ahí radica el problema: a nadie le importa quién es y qué piensa este hombre, quien toma protagonismo en la narrativa que rodea la audiencia de Oppenheimer. Un protagonismo que aumenta con el tiempo hasta llegar a eclipsar al propio Cillian Murphy, quien por cierto ofrece una fantástica interpretación como Oppenheimer.

Lewis Strauss no nos importa en absoluto y, sin embargo, se convierte en el narrador principal, amenazando con desplazar a Oppenheimer. Entiendo que la idea de Nolan es crear una némesis para Oppenheimer, una especie de Joker para nuestro científico superhéroe. Y supongo que también se pretende dar brillo al personaje de Robert Downey Jr, quien en este punto de su carrera debe ser una persona tremendamente complicada, con muchas pretensiones. Lo entiendo, insisto, pero la película se llama Oppenheimer y solo me interesa lo que le sucede a Oppenheimer. Esta segunda audiencia dificulta su comprensión y desvía mi interés hacia un segundo interrogatorio que, en mi opinión, aporta muy poco.

La película en cuestión parece tener un enfoque narrativo que se aleja del meollo de la historia. Los motivos por los cuales Strauss traiciona a Oppenheimer resultan insignificantes, y se pierde así un valioso tiempo en cine. En cambio, los motivos por los cuales Oppenheimer cambia de opinión y comienza a oponerse a la construcción de la bomba de hidrógeno, siendo el padre de la bomba atómica y responsable intelectual de las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, resultan cruciales, pero apenas se abordan en la película. La transformación moral de Oppenheimer debería haber sido el eje central de la historia, pero se le da poca atención en favor de la complejidad narrativa y el estilo distintivo de la segunda audiencia.

Existe un vacío en cuanto a la evolución personal de Oppenheimer que debería haber sido explicado más a fondo, incluyendo los motivos exactos detrás de su cambio de opinión y cuándo ocurrió. Lo mismo sucede con la anécdota de la manzana envenenada, donde se da una inexplicable redención de Oppenheimer. Esta anécdota es crucial para entender su personalidad durante su período de formación, pero no se desarrolla lo suficiente. Hay muchos aspectos esbozados, pero no desarrollados adecuadamente.

Como resultado, después de haber disfrutado del despliegue narrativo, la sensación que queda es que había material para una biografía moral de Oppenheimer que no fue explorado en la película de Nolan. Es la prueba de que detrás de los fuegos artificiales y efectos visuales, la columna vertebral de la película falla.

En resumen, mi sensación fue de un regocijo engañoso por el espectáculo narrativo, pero una clara insatisfacción con respecto a la intención original de la película: Oppenheimer, en mi opinión, no se encuentra en esta película. Nolan no logró retratarlo adecuadamente. Nolan nos vende algo que no es, y creo que su obra deja la puerta abierta para que en algún momento alguien sea capaz de interpretar mejor la historia de este científico estadounidense que se relacionó con Einstein, Bohr y Gödel, y que, gracias al exitoso Proyecto Manhattan, se convirtió en el mayor destructor de mundos de la historia.

Para terminar con un comentario positivo: disfruté mucho de la recreación del poblado de Los Álamos y de la infinidad de detalles realistas, como el hecho de ver a Feynman tocando los bongos en las fiestas. La obra puede ser fallida, pero no vacía, y está perfectamente documentada.


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