Por Ana Elia Rodríguez Mendívil

El lustro transcurrido desde el impacto del COVID-19 en México revela un país transformado por una crisis sin precedentes. Según datos de la Secretaría de Salud federal, en el ámbito sanitario, la pandemia dejó más de 334 mil muertes confirmadas, aunque estimaciones del INEGI sugieren un exceso de mortalidad cercano a 700 mil decesos entre 2020 y 2021. El sistema de salud, ya fracturado por la desigualdad, enfrentó una saturación crítica, mientras la vacunación, aunque masiva, evidenció rezagos en comunidades marginadas.

El impacto económico fue devastador. De acuerdo con el INEGI, el PIB cayó 8.2% en 2020 y 55.7 millones de personas fueron arrastradas a la pobreza en 2022, según cifras del CONEVAL. La informalidad laboral, que representa el 56% de la población, agravó la vulnerabilidad y la falta de protección social. Los confinamientos profundizaron las brechas preexistentes: las mujeres asumieron el triple de labores domésticas y la violencia de género aumentó un 30%, según estima la ONU Mujeres. La educación también sufrió: según la UNICEF, 5.2 millones de niños y adolescentes no regresaron a las aulas, exacerbando desigualdades tecnológicas y de aprendizaje.

La salud mental de los mexicanos quedó severamente afectada. El IMSS reportó un incremento del 50% en consultas por ansiedad y depresión entre 2020 y 2023. El aislamiento y la incertidumbre reconfiguraron la confianza en las instituciones, con encuestas del CIDE revelando que el 60% de los ciudadanos percibieron opacidad en el manejo gubernamental de la crisis. Mientras tanto, la población indígena sufrió mayores tasas de letalidad debido a la falta de acceso a servicios de salud y condiciones de vida precarias.

El sector cultural y las pequeñas empresas enfrentaron pérdidas irreparables: En 2021, el INEGI estimó que 34% de los negocios cerraron definitivamente, mientras que artistas y creadores lidiaron con la precarización. Sin embargo, la pandemia también trajo consigo avances como la consolidación de la telemedicina y la generación de redes solidarias que permitieron la subsistencia de miles de familias.

Hoy, México se encuentra en una encrucijada. La crisis sanitaria dejó lecciones que deben traducirse en políticas públicas transversales que fortalezcan la salud, reduzcan la desigualdad y fomenten la resiliencia comunitaria. La migración interna causada por el desempleo y el resurgimiento de enfermedades prevenibles debido a la interrupción de servicios básicos, señalados por la Organización Mundial de la Salud, son recordatorios de un tejido social aún frágil. Las cicatrices del COVID-19 exigen memoria y acción. La reconstrucción no se trata sólo de recuperar cifras económicas, sino de sanar las heridas invisibles de una generación marcada por el distanciamiento y la incertidumbre.