Alguna vez escuché que cuando el Papa estornuda, tiemblan los obispos. Pero con Francisco no fue un estornudo: fueron aironazos. Desde que Jorge Mario Bergoglio se asomó al balcón del Vaticano en 2013 con su famoso “Buona sera”, supimos que algo distinto venía. Fue el primer papa latinoamericano, el primer jesuita, el primer Francisco. Y, tal vez, el último con ese espíritu tan incómodo para los poderosos, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Esperemos que no sea así.

Hoy, después de su partida, la pregunta es inevitable: ¿qué viene después del Papa Francisco? ¿Una Iglesia que sigue mirando hacia los márgenes, limites y fronteras o una que regresa a su zona de confort de oro, con olor a incienso y poder político?

El Papa de los márgenes

No es exagerado decir que Francisco incomodó a medio mundo. Habló de los pobres, del planeta, de los migrantes, de las desigualdades, y no desde el púlpito de la teoría, sino desde las entrañas de la realidad. “Prefiero una Iglesia accidentada por salir a la calle, que una enferma por encerrarse”, dijo en una de sus frases más citadas. Y lo cumplió.

Con encíclicas como Laudato si’ y Fratelli tutti, Francisco puso sobre la mesa temas que rara vez se asociaban con un Papa: la ecología, el capitalismo salvaje, el racismo, la xenofobia. Incluso se atrevió a mirar de frente a los líderes populistas de derecha como Trump, Bolsonaro o Milei (quien lo llamó “zurdo asqueroso”). ¿Desde cuándo un Papa se convierte en blanco de trolls libertarios? ¿se acuerdan de algún otro que haya incomodado de tal magnitud a poderosos?

Pero también fue el Papa de los gestos. Lavó los pies a mujeres musulmanas, abrazó a migrantes en Lampedusa, comió con personas sin hogar en Roma y pidió perdón a los pueblos originarios por los abusos de la colonización, se pronunció por el alto al genocidio en Palestina. Todo eso, mientras en casa intentaba limpiar los sótanos de una corte vaticana podrida de secretos y cuentas offshore.

El poder de la incomodidad

Claro que no todo fue miel sobre hojuelas. Francisco no logró cambios estructurales en temas como el celibato, la ordenación de mujeres o el derecho al aborto (que condenó con la frase brutal: “es como contratar a un sicario”). Tampoco erradicó los abusos sexuales en la Iglesia, aunque fue más firme que sus predecesores en nombrar y destituir culpables, como el cardenal McCarrick.

Y sí, hubo retrocesos, contradicciones y límites. Pero frente a una Iglesia acostumbrada a mirar hacia atrás, él al menos intentó girar el timón.

“Esta economía mata”, dijo Francisco en 2013, y desde entonces repitió que el mercado no puede ser el nuevo dios. Estas palabras lo enfrentaron a sectores conservadores que preferían la comodidad del statu quo antes que una Iglesia que hablara como y con los pobres.

¿Y ahora qué?

Todo indica que el próximo Papa podría ser una reacción a Francisco. La historia eclesiástica está llena de esos giros inesperados. Tras la apertura del Concilio Vaticano II, vino una restauración; tras un Papa progresista, suele venir uno conservador.

La extrema derecha global está en ascenso, y el Vaticano, aunque trate de parecer neutro, no es inmune a los vientos políticos. El próximo cónclave será una batalla no solo de fe, sino de ideología. Entre los favoritos circulan nombres que podrían dar marcha atrás en los tímidos avances logrados: volver a cerrar la puerta a la diversidad sexual, silenciar a las mujeres, y poner por encima la ortodoxia doctrinal.

Como dijo el teólogo Leonardo Boff, uno de los grandes inspiradores de la teología de la liberación: “Francisco abrió ventanas, pero el humo de los cardenales podría volver a empañar los cristales”.

Lo cierto es que la Iglesia católica está atrapada entre dos fuegos: por un lado, el conservadurismo recalcitrante que la quiere convertir en una fortaleza contra el siglo XXI; por el otro, una sociedad cada vez más plural, más crítica y menos interesada en dogmas cerrados.

Francisco intentó ser un puente. A veces lo logró, a veces no. Pero al menos puso el foco donde hacía falta: en los que no tienen voz, en los excluidos, en el planeta herido. En sus palabras, “el futuro no está en el tener más, sino en el ser más”.

Lo que viene después puede ser un retroceso, sí, pero también una oportunidad. Porque si algo dejó claro Francisco es que otro Vaticano es posible. Y que la fe, sin justicia, no es más que ruido.

Por ahora, nos queda recordar que, gracias a Francisco, durante un rato la Iglesia volvió a oler a Evangelio y no solo a ritual e incienso.