Martha Higareda, actriz y figura pública mexicana, ha sido noticia recientemente por sus declaraciones sobre el socialismo y el comunismo. En entrevistas y redes sociales, ha soltado perlas como que “el socialismo es un sistema fracasado” o que “el comunismo solo trae pobreza“, repitiendo, sin mucho análisis, los lugares comunes del discurso anticomunista que el capitalismo ha martillado por décadas en el imaginario popular. Pero, ¿qué hay detrás de estas afirmaciones? ¿Es solo falta de lectura o es el resultado de una hegemonía cultural que Gramsci explicaría a la perfección?

Higareda y el sentido común capitalista

Higareda no es una teórica política, ni se le exige que lo sea. Pero cuando una figura con influencia habla desde la desinformación, refuerza el “sentido común” dominante: ese que nos hace creer que el libre mercado es “natural” y que cualquier alternativa es inviable o, peor aún, “malvada”. Sus comentarios son el reflejo de lo que Gramsci llamaría “la ideología de las clases dominantes” disfrazada de opinión personal. No es culpa suya del todo—el sistema se encarga de que el anticomunismo sea el default intelectual—pero ahí está el problema: cuando el capitalismo controla no solo la economía, sino también la cultura, el arte y hasta el sentido común.

¿Socialismo = fracaso? Un mito convenientemente repetido

Higareda repite el mantra de que “el socialismo no funciona“, pero ¿qué socialismo? ¿El de Cuba, bloqueada por 60 años? ¿El de Venezuela, saboteado por guerras económicas? ¿O el de los países nórdicos, a los que les dicen “capitalistas” cuando conviene? El discurso simplista ignora que ningún proyecto socialista ha operado en condiciones justas: siempre bajo ataques, golpes de Estado o campañas de demonización. Pero claro, es más fácil culpar al “modelo” que al imperialismo que lo asfixia.

Desde una perspectiva gramsciana, este reduccionismo es parte de la “guerra de posición“: el capitalismo no necesita prohibir el socialismo si puede convencer a la gente de que es un chiste. Higareda, sin querer, es un vehículo de esa narrativa.

¿Y la crítica desde la izquierda?

Aquí lo polémico: Higareda tiene derecho a su opinión, pero cuando esa opinión es un eco del establishment, hay que cuestionarla. Gramsci diría que la lucha no es solo en las fábricas, sino en la cultura, en el cine, en las redes. Si las figuras públicas repiten el libreto de la derecha, sin cuestionar nada, entonces la izquierda sigue perdiendo la batalla cultural.

No se trata de exigirle a Higareda que se vuelva marxista, pero sí de señalar que su postura es sintomática de un sistema que educa para odiar al socialismo sin entenderlo. Mientras Hollywood y las élites mediáticas glorifican el individualismo, cualquier alternativa colectiva será ridiculizada. Y ahí, Gramsci nos recordaría: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos” (o las declaraciones vacías).

Ni cancelación, ni silencio. Contrahegemonía

La solución no es atacar a Higareda, sino construir una cultura que dispute el relato. Que el socialismo no sea un fantasma, sino una posibilidad concreta. Que las Martha Higaredas del futuro, si van a criticar, al menos lo hagan con argumentos, no con eslógans prestados. Porque, al final, como dijo el mismo Gramsci: “La crítica es fácil, la alternativa es difícil”. Y hoy, la alternativa es más urgente que nunca.