Por Israel Reyes
Dentro de los debates del círculo rojo de vez en cuando nos topamos con el tema de los famosos programas sociales. De partido a partido se echan en cara las formas, los fondos y los errores de cada programa social para ganar aceptación con el electorado. Ahora vemos que hasta la traición institucional ha sido herramienta para tales casos.
Los programas sociales han recorrido un largo camino. Pasaron de ser un acto de caridad de las élites a convertirse en derechos fundamentales que buscan garantizar una vida digna. Pero, ¿cómo llegamos hasta aquí? Y, más importante aún, ¿hacia dónde deberíamos ir?
En la antigüedad, la ayuda a los más pobres recaía principalmente en la Iglesia o en grupos de poder. Reyes y nobles daban limosnas o creaban albergues para los más necesitados, pero estas eran soluciones temporales.
El primer gran giro llegó con la Revolución Industrial. A finales del siglo XIX, países como Alemania, bajo el liderazgo de Otto von Bismarck, implementaron los primeros sistemas de seguridad social para obreros. La idea era clara: el Estado debía intervenir para garantizar salud, pensiones y bienestar a la población trabajadora.
Con la Gran Depresión de 1929, el mundo entendió que dejar todo en manos del libre mercado era un error. Franklin D. Roosevelt lanzó en EE. UU. el “New Deal”, una serie de programas de asistencia económica y empleo. Algo similar ocurrió en Europa tras la Segunda Guerra Mundial, cuando se crearon los Estados de bienestar, con educación y salud gratuitas.
México no se quedó atrás. Desde el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940), se establecieron políticas de apoyo al campo y los trabajadores. Pero el gran salto llegó con la creación del IMSS en 1943, que sentó las bases de la seguridad social.
En las últimas décadas, el país ha visto un boom de programas sociales. Desde Progresa y Oportunidades en los años 90 y 2000, hasta los actuales como Jóvenes Construyendo el Futuro, Pensión para el Bienestar y Sembrando Vida. Sin duda, estos programas han sido un alivio para millones de personas.
Sin embargo, hay retos importantes. ¿Son suficientes? ¿Son sostenibles? ¿Realmente generan desarrollo o sólo mitigan la pobreza?
A pesar de los avances, México sigue enfrentando desafíos enormes. Según datos del CONEVAL, en 2020 el 43.9% de la población vivía en pobreza, y el 8.5% en pobreza extrema. Programas como las pensiones para adultos mayores y las becas Benito Juárez han ayudado a mitigar estas cifras, pero persisten problemas como la falta de cobertura universal, la corrupción en la distribución de recursos y la falta de enfoques integrales que aborden las causas estructurales de la pobreza.
Para que los programas sociales en México y el mundo sean más efectivos, es necesario implementar mejoras sustanciales. Primero, se debe garantizar la transparencia y rendición de cuentas en la administración de los recursos. La corrupción y la mala gestión han sido un cáncer que ha limitado el impacto de muchos programas. Segundo, es crucial adoptar enfoques integrales que no sólo brinden asistencia económica, sino que también promuevan el acceso a empleos dignos, educación de calidad y servicios de salud universales.
Además, los programas sociales deben ser diseñados con una perspectiva de género, reconociendo que las mujeres suelen ser las más afectadas por la pobreza y las que más se benefician de estas iniciativas. Finalmente, es vital incorporar tecnología y datos para monitorear y evaluar el impacto de los programas, ajustándolos según las necesidades reales de la población.
Un dato que pocos conocen es que, según el Banco Mundial, por cada dólar invertido en programas sociales bien diseñados, se generan hasta 4 dólares en beneficios económicos a largo plazo. Esto demuestra que los programas sociales no son un gasto, sino una inversión en el futuro.
Los programas sociales han sido un faro de esperanza para millones de personas en el mundo y en México. Sin embargo, su éxito depende de que se adapten a las realidades cambiantes y se enfoquen en soluciones sostenibles y justas. Es momento de dejar atrás los parches temporales y construir un sistema de protección social que garantice dignidad y oportunidades para todos. El futuro de los programas sociales no sólo debe ser más equitativo, sino también más inteligente y humano.