La democracia mexicana está a punto de dar un salto al vacío o, quizás, hacia la luz. El próximo 1 de junio de 2025, más de 881 posiciones judiciales federales estarán en juego, en lo que representa un experimento democrático sin precedentes en la historia moderna de México.
Las elecciones judiciales se acercan, y como siempre, el mismo circo: partidos prometiendo “justicia imparcial”, candidatos vendiendo “renovación” y un sistema que, en el fondo, sigue siendo el mismo monstruo de siempre. Pero la pregunta que resuena en cada esquina es: ¿debemos participar en este ejercicio electoral o abstenernos en protesta?
La democracia representativa: un engaño elegante
Giovanni Sartori, el gran teórico de la democracia, lo dijo claro: “La democracia no es el gobierno del pueblo, sino un sistema en el que el pueblo puede elegir a sus oligarcas“. Y vaya que en México lo hemos visto: votamos cada cierto tiempo, pero los jueces siguen siendo cómplices del poder, la impunidad campa a sus anchas y la justicia es un lujo para quien puede pagarla.
La democracia representativa nos ha convertido en espectadores, no en actores. Norberto Bobbio ya alertaba sobre esto: “El ciudadano no delibera ni gobierna, sino que elige a quienes deliberan y gobiernan por él“. Y así nos va: con una Corte Suprema que a veces parece más un club de privilegiados que un garante de derechos.
El mito del voto útil y la ilusión del cambio
Nos repiten hasta el cansancio: “Si no votas, no te quejes“. Pero, ¿de verdad creemos que marcar una boleta cada seis años es suficiente para cambiar un sistema podrido? La democracia no puede reducirse a un ritual cada tanto; debe ser un ejercicio constante, rebelde, incómodo.
La verdadera democracia —la participativa— no se conforma con urnas, sino que exige calles tomadas, asambleas populares, vigilancias ciudadanas, presión social sin tregua. Como lo llegó a decir el actual Subcomandante Galeano: “La democracia no es una meta, es un camino“. Y ese camino no pasa solo por las elecciones, sino por no soltarle la mano a la lucha.
¿Entonces, boicot o voto crítico?
No se trata de rendirse, sino de no creer en cuentos de hadas. Si decides votar, que sea con los ojos abiertos: sabiendo que el sistema judicial está capturado por intereses, que los jueces no siempre son imparciales y que el cambio real viene desde las bases.
Pero si decides no votar, que no sea por apatía, sino por rebeldía: porque crees que la justicia no se elige, se exige. Porque la democracia de verdad no cabe en una boleta, sino en la organización popular.
El futuro no está en las urnas, está en las calles
México no necesita más ciudadanos pasivos que crean que con un voto se arregla todo. Necesita pueblo despierto, que vigile, que proteste, que no deje que los de arriba decidan siempre por los de abajo.
La democracia no es un regalo, es una conquista. Y si las elecciones judiciales son una farsa, entonces toca construir otra justicia: desde los barrios, desde las comunidades, desde la indignación organizada.
¿Votar? Quizá. ¿Conformarse? Jamás.