El Saltillo en el que crecimos es muy distinto al Saltillo en el que vivimos y esto se los dice un “joven”, que se resiste a ser llamado chavorruco, de escasos treinta y tantos. El Saltillo que le tocó a mis padres, pertenecientes a la generación que creció en los 70s y que tenía apenas 161 mil 114 habitantes; o el de los 80s, con 285 mil, es muy diferente a la capital en la que crecí; en la que la calle de Abasolo corría en ambos sentidos y el cine Hoyts era el punto de reunión de los jóvenes que se citaban para impresionar, dando la vuelta haciendo nada y haciendo todo a la vez, era lo más parecido a la victoreada de nuestros padres. Para el inicio del milenio, nuestra casa llegó a tener 562 mil 587 habitantes; en ese tiempo todavía nuestros abuelos, al ver a un nuevo invitado en la casa, preguntaban “¿Tú de quién eres?”, porque seguramente conocían a los abuelos de nuestros invitados.

Actualmente nuestra ciudad tiene alrededor de 880 mil habitantes y aquí les pregunto ¿O somos unos conejos en el tema de reproducción o es que Saltillo se ha convertido en una ciudad global? Y digo global no por querer enaltecer más a este lugar que amo, sino porque ya es común ver gente de todo el mundo paseando por nuestras lindas tierras: chinos, indios, coreanos, argentinos, venezolanos, colombianos… prácticamente habitantes de todo el mundo. Y no faltará el simpático que comente que hasta haitianos, pero bueno, hermano, esos van de paso en una marcha llena de sufrimiento y esperanza; sin embargo, es claro que hay gente que en ese paso decide quedarse en esta ciudad.

¿Pero qué motivó este desarrollo? Como un apasionado de la historia me remontaré hasta la era de las guerras juaristas, mejor conocidas como de reforma, en las que los liberales coahuilenses brillaron por la lealtad hacia nuestra patria y en la que nuestros vecinos regios, en la era de Vidaurri, perdieron la anexión del territorio coahuilense conquistado. No culpo al exgobernador neoleonense, se quiso hacer de este gran tesoro que tenemos de patria chica y terminó enterrado en un monte en Candela, Coahuila. La venganza de Juárez por el desafío de Vidaurri se hizo presente al quitarle la frontera a nuestro estado vecino. Imagínense que hubieramos estado con los conservadores, en una de esas, Juárez nos quitaba toda la frontera y el brazito ese que tiene Tamaulipas llegaría hasta Chihuahua.

¿Y esto a qué viene al caso? Es una pieza del rompecabezas, que se une a otras tantas que han hecho nuestra historia; ahora avanzamos años después, con la llegada de Porfirio Díaz al poder. ¿Ustedes sabían que nuestra alameda llevó el nombre del dictador? Pues sí, hasta la actual ciudad de Piedras Negras fue nombrada como el expresidente que gobernó nuestro país por más de 30 años. Díaz impulsó la creación de las vías férreas, conectando nuestra ciudad con la capirucha o la ahora llamada CdMx. Aún existimos jóvenes viejos a los que nos tocó viajar en la locomotora 7020, mejor conocida como tren El Regiomontano y sí, viajé en brazos de mis padres, pero viajé en esa histórica locomotora.

Hasta aquí tenemos dos hechos importantes: conservamos nuestra frontera con el respaldo de Juárez y nos conectamos a la capital de la república y al gabacho con don Porfirio. El tren hizo que Saltillo tuviera su primer crecimiento económico y se sentaron las bases de las instituciones como la Benemerita Escuela Normal de Coahuila, el Ateneo Fuente, el extinto Banco Coahuila y otros más, que vieron pasar a las tropas revolucionarias que lucharon por la democracia, pero, sobre todo, por la justicia a la muerte del presidente Madero, en la que los hombres valientes de esta región derrotaron al primer usurpador, ese señor que murió de cirrosis: Victoriano Huerta. Y por ello nuestras calles están llenas de nombres de héroes que no sólo lucharon contra ese villano, sino que dieron pie a la creación del ejército mexicano, el cual nació del ejército constitucionalista.

Ya en el siglo XX, las grandes huertas desaparecieron poco a poco, dando pie a las primeras industrias, de la mano de don Isidro Lopez Zertuche, con CINSA, Moto Islo o Cerámica Santa Anita. Esta última lleva el nombre de su esposa Anita María del Bosque, igual que un bello barrio del centro de nuestra ciudad, el “Barrio Santa Anita”, lugar donde su servidor creció visitando a su abuelita y acompañándola a misa los domingos y en cuya iglesia mi madre fue miembro del coro. De este barrio tradicional, que recibió su manita de gato en los tiempos de alcalde, el profe Humberto Moreira, pocos nos hubiéramos imaginado que pronto lo veremos en la pantalla grande, como ser escenario y testigo de una película mexicana y que además sirve cada noviembre para montar el altar más grande y bello de nuestro estado.

En este siglo 20, en el que gran parte del gremio saltillense trabajaba para el Grupo industrial Saltillo, donde muchos de nuestros abuelos y padres tuvieron la oportunidad de obtener un ingreso, era sabida la consigna de que si no estabas contento y hacías huelga, te ponían en la lista negra para que no volvieras a trabajar en la ciudad (sobre esto pueden preguntarle a Salvador Alcázar, aquel valiente trabajador que hizo la huelga más grande de la que se tenga conocimiento). En el contexto de ese Saltillo fue electo gobernador Óscar Flores Tapia, quien abrió esta comunidad tan mocha, como la conocemos, a los gabachos, invitandolos a invertir en esa industria automotriz tan creciente en este terruño querido por Dios. Y fue así como llegaron General Motors y Chrysler, poniendo nuevamente a Saltillo en el mapa nacional e internacional. Y no sólo eso, también le dio forma al boulevard Francisco Coss (otro héroe revolucionario), que en ese entonces era el boulevard más transitado de nuestra ciudad, conectando el oriente con el poniente; ¿cómo olvidar aquellos Chevrolet Celebrity que se paseaban por esas calles de Saltillo en donde te podías comprar un terreno con 50 mil pesos? En fin, Don Óscar tuvo que vivir un año con Echeverría como papá presidente y cinco años con el padrastro, que fue JoLoPo (López Portillo), con el que tuvo un enfrentamiento que lo llevó a dejar la silla rosa.

Así fue que Saltillo llegó al nuevo siglo, con poco más de 562 mil habitantes, con un tratado de libre comercio al cual le habíamos sacado poco provecho y, quizás ustedes no lo recuerden, pero en esas fechas yo estudiaba en una escuela cercana a la que fue la primera plaza comercial Soriana, la de Coss, en donde se instaló una franquicia tamaulipeca llamada Gorditas Doña Tota, que a la fecha sigue vendiendo unas gorditas exquisitas con su salsa roja y verde ¡uf! Pero yo, un joven que desde entonces huía de las clases, veía cómo inauguraba el entonces gobernador este restaurante, y uno dirá ¡qué bueno!, pero esos eran los empleos que llegaban y se presumían. Para el 2005 el problema que enfrentábamos los habitantes de esta bella capital era la falta de trabajo, porque ya no éramos los 285 mil que habitaban en los 80s, cuando llegaron las mencionadas fábricas. Fue con la llegada de un joven de 39 años al gobierno del estado, al que le digo con mucho cariño y respeto “El Profe”, que se tuvo la misión de traer empleo y hacer que más empresas llegaran a Saltillo. Y cuando uno platica con él, en su casa de Arteaga, donde te recibe con un cafecito y si se te hace de noche tienes el lujo de cenar un huevo salseado con frijoles que nadie prepara con tanto empeño y cariño como el anfitrión, eso sí con su Coca Cola, ahora sin azúcar; te platica que no era fácil explicarle a los inversionistas porqué invertir en Coahuila, pues no teníamos las vialidades necesarias; en ese entonces, sólo una tercera parte de Coahuila contaba con una preparatoria en su municipio, lo cual propiciaba la migración; y me vas a decir, bueno ¿y esto que tiene que ver? Pues si no hay la oferta educativa necesaria, ¿de dónde van a salir los ingenieros que necesitan las empresas?

Y fue así que, con una impresionante inversion histórica, Coahuila y su capital sufrieron un cambio total, no solamente las avenidas principales, sino también sus colonias populares, pavimentando y acabando casi en su totalidad con las calles de tierra donde habitaban mis paisanos, que por mucho tiempo fueron olvidados. Así que traer la primera empresa no fue fácil, pero una vez llegada la Daimlet Chrysler, fueron llegando más y más empresas por sí solas; aquel libramiento llamado JoLoPo fue rebautizado y ampliado para hacerle honor al nombre que hoy lleva: Óscar Flores Tapia. Desde entonces Saltillo y su zona metropolitana ha tenido un crecimiento inimaginable. Logrando ser una zona con gran desarrollo.

En una plática con Chuy María Ramón, hijo de quien fuera un gran hombre visionario del mismo nombre, que desde su trinchera logró contribuir apostándole a esta región con sus parques industriales –si no tuvieron la oportunidad de platicar con él alguna vez, les diré que era un caballero, el último gran caballero de la política–, le preguntaba ¿qué pasa si no llega Tesla? La respuesta fue clara: no pasa nada. El crecimiento que tiene esta zona es cada vez mayor, el pleito entre los gringos y los chinos han hecho que estos últimos vean a esta región como un lugar para invertir. 

Hoy, este Saltillo con su zona metropolitana de más de un millón de habitantes, enfrenta otros desafíos y si no volteamos a ver los problemas que tienen nuestros vecinos regios con el agua, la movilidad y el transporte público, al rato estaremos como ellos; por suerte la vida es cíclica y cada 20 años llega alguien con ideas frescas, pero sobre todo con un gran amor a Saltillo; ahora le ha llegado el turno a nuestro gobernador Manolo Jiménez Salinas, a quien le deseo el mayor de los éxitos en su encomienda.

No me puedo despedir sin citar a quien fue un gran amigo de mi abuelo, un gran periodista, historiador, pero sobre todo un gran ser humano: Don Armando Fuentes Aguirre “Caton”, quien aparece en la portada de esta revista.